Jacó, Puntarenas. 3 mayo 2021
Desde hace varios años que empecé a practicar el surf adaptado, fui gradualmente haciendo un cambio de domicilio y Jacó se convirtió en mi segundo hogar. Andaba como la tortuga, con la casa a cuestas, cargando siempre bolso con ropa extra, paño, vestido de baño, bloqueador solar y la tabla de surf la dejaba en la casa de alguien. Cualquier sillón o colchón se convertía en mi rincón de fin de semana, que a veces se extendía a media semana. En ese ir y venir de Heredia a Jacó y de Jacó a Heredia dejaba siempre cosas perdidas en todas las casas que me daban posada. En muchas ocasiones, ese paño que se me quedaba en la lavadora de alguien me salvaba la tanda otro fin de semana… En una ocasión, salí de la casa de unos amigos y olvidamos meter al carro la silla de ruedas… pero ahí si no tuve más remedio que devolverme por ella… En otra, un amigo dejó el celular en mi carro… y también de vuelta a regresarlo a su dueño antes de seguir el viaje por la 27.
Mi familia jacobeña no solo consistía de amigos relacionados al surf adaptado, sino también amigos de amigos que conocía en las casas, en la playa o en la Iglesia. Y por supuesto de Henry, mi amigo ciego, que se volvió mi compañero infalible de ruta y que aprendió a subir y bajar mi silla de ruedas del carro para poder irnos a cualquier lado sin depender de nadie. Compartíamos fiestas de cumpleaños, noches de luna, idas a surfear a nuevos lugares y cosas cotidianas como conversaciones interminables, risas, preocupaciones y las idas al súper. En muchas ocasiones, y como parte de la natural diversidad de nuestro grupo, salíamos 2 o 3 en silla de ruedas, uno ciego, otro amputado… las miradas curiosas al principio no faltaban, pero poco a poco, la gente se ha ido familiarizando con esta diversidad, aunque no deja de causar asombro. Hasta el día de hoy, no falta quien se nos acerque en la playa con alguna historia de ellos mismos o un familiar con discapacidad.
Ser parte de una comunidad es algo que descubrí en Jacó. Compartir un asado con los vecinos, salir en pijamas a desayunar con la vecina, acompañar a llevar y traer, hacer propuestas a la municipalidad para mejorar la accesibilidad, participar en estudios de biblia, intercambiar libros, ir por una cerveza a ver el atardecer a la playa… En Jacó encontré una familia extendida, una red de personas súper valiosas con las que construyo y comparto. Poco a poco, empezaron a ser más los días que pasaba en Jacó y menos los que pasaba en Heredia. Aún con Covid, mascarillas y distanciamiento social, el sentido de comunidad es más palpable que en la Región Central.
Había reservado un lote en Herradura, para seguir mi plan de construir mi casa y hacer mi cambio de domicilio formalmente. Pero el COVID me socavó las finanzas y me enseñó que el sueño, a pesar de las dificultades no cambia, sólo cambia la forma de hacerlo realidad. Decidí entonces que era suficiente ir y venir. Ya estaba cansada de ser la judía errante y quería establecerme en Jacó sí o sí. No quería esperar más a tener todas las condiciones perfectas, porque bueno, la vida es el momento presente. Y en mi vida presente necesito y quiero dosis de playa, surf y comunidad. Hice mi cambio de domicilio y comparto casa con una amiga. No era parte de mi plan original, pero sí parte del plan de Dios, porque estos meses acá he aprendido y crecido mucho a nivel personal, espiritual y profesional, gracias a mi familia jacobeña. Y ha sido mejor de lo que me imaginaba con mi plan original.
Muchas veces, nos acostumbramos a situaciones porque creemos que es la única forma que existe, hasta que la vida nos cachetea y nos hace ver otras direcciones y posibilidades. Muchas veces, con dolor en el alma y lágrimas que salen del corazón, tomamos decisiones, ponemos distancias y límites que nunca pensamos que podíamos poner. Y hacemos finalmente lo que tanto habíamos soñado. En ese momento, Dios y su magia se manifiestan en poder, amor y dominio propio, porque al final, todo es parte de Su plan perfecto. Estamos al fin donde nuestro espíritu se siente alineado y en paz.
Nota aclaratoria: la foto del post es Pre-COVID, por aquello! 😉