Cuando al punto final de los finales, no le siguen dos puntos suspensivos…

Mujer en silla de ruedas, con jacket turquesa viendo el mar desde un acantilado

San José,CR. 3 de mayo, 2018

Estaba en el trabajo cuando recibí la noticia de que ese amor de primavera en Madrid se iba a materializar al día siguiente en Costa Rica. Mis compañeras (puras mujeres), pegaban gritos conmigo y nos reíamos como locas. Es que no podía ser verdad… ¿Es en serio? ¿Qué hacer? ¿Dónde ir? ¿Muy rápido presentarlo a la familia y amigos? Era un huracán de emociones, ideas, risas y comentarios.

En medio de tanta euforia, necesitaba pensar fríamente, así que me armé de valor y llamé a ese amigo que tiene figura de hermano mayor, sensato, responsable, que siempre ta va a decir lo que cree aunque no sea lo que uno quiere escuchar, pero que siempre lo hace con el mayor cariño del mundo. Me escuchó pacientemente y empezó con las preguntas: ¿Y para vos qué es el amor? ¿Cuáles son las intenciones? ¿Si te quiere conocer más, porqué vas a cambiar tus planes normales? Cable a tierra, el balance que necesitaba para poner todo en perspectiva. Así que hice un plan para que fuera parte de mi vida cotidiana durante los días que iba a estar en Costa Rica.

Llegó viernes y nos fuimos para Jacó donde una amiga, según mi rutina normal de vida. Fuimos a surfear y conoció a varios de mis amigos. «Take care of this beautiful lady» (cuida de esta hermosa señorita), le dijo uno de ellos mientras estábamos en la playa viendo el atardecer. A partir del lunes, reservó un Airbnb en Rohrmoser. Yo iba a trabajar (porque después de un mes fuera no me quedaba de otra) y nos veíamos en las noches. Era mi vida «normal» pero seguía siendo surreal… Tal cual el día que nos conocimos, esa semana que estuvo en Costa Rica se me hizo efímera y eternamente bella.

Atardecer en la playa, sol poniendose en el mar
Atardecer en Jacó. De mis momentos favoritos.

WhatsApp es el mejor invento para mantener una relación a larga distancia, a pesar de trabajos, entrenamientos y una gran diferencia horaria. Organizamos todo para yo visitarlo en 3 meses. Después de una tortuosa cuenta regresiva llegó el día. Aterricé en Londres y empezamos nuestro roadtrip con Newquay como primer destino: le encantó surfear y quería volver a hacerlo conmigo y yo feliz de surfear nuevas aguas. De ahí seguimos a Hartington, un pequeño y pintoresco pueblito medieval. Estando aquí me enfermé, ardía en calentura, me dolía todo el cuerpo, temblaba y sentía que me iba a explotar la cabeza.

Al día siguiente, fuimos a Alton Towers, un parque de diversiones con unas montañas rusas increíbles. Yo trataba a toda costa de seguirle el ritmo y olvidarme que me sentía mal para no decepcionarlo y echarle a perder el plan. Él por su parte, hacía todo lo posible porque yo me sintiera y la pasara bien. Nos esforzamos tanto que ninguno de los dos lo logró. Terminé llorando y pidiéndole que por favor me llevara a un hospital porque la verdad me sentía demasiado mal. Y así llegué a Emergencias de algún hospital de Sheffield, excelente servicio por cierto y gratuito, me mandaron antibióticos y empecé a sentirme mejor. Pero empezamos a discutir, yo me sentía mejor, quería salir a pasear mientras el trabajaba, y él por cuidarme, quería que no saliera… Como a mí nadie me dice qué hacer, decidí salir igual… hasta que mi silla de ruedas me jugó una mala pasada, por algún extraño motivo se dañó una llanta de las de adelante y se cayó. Lo tuve que llamar e interrumpirlo en el trabajo, para que me ayudara a conseguir una ortopédica que llegara a darme reparación express porque literalmente, no me podía mover. Resolvimos el asunto técnico, pero empezaron ratos de discusiones que nunca llegaban a nada y silencios incómodos. Aún así, terminamos de pasar unos días súper lindos, incluyendo paseo en bici por Peak District.

Nuestra relación había pasado una primavera y un verano intensos, pero entraba en un otoño lleno de nostalgia, distancia física y emocional. No soportó el invierno. Era una planta que había crecido muy rápido sin raíces fuertes. Decidimos que nos habíamos encontrado en el momento justo en que ambos nos necesitabamos, pero que era momento que cada uno siguiera su camino.

Un año después estuve en Inglaterra de nuevo y habíamos quedado de vernos… pero la letra de aquella canción de Sabina que tantas y tantas veces había cantado, resonaba en mi mente una y otra vez «al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver»… Y unos días antes de vernos, esta vez frente al mar, solté ese amor. Había sido una historia perfecta que tenía un objetivo: ayudarme a creer de nuevo en el amor y en que podía volver a encontrarlo, y para que se mantuviera así, sin momentos incómodos y discusiones desgastantes sin sentido, merecía un punto final… sin dos puntos suspensivos.

Publicado por nataliavindas

Hola! Soy Naty. Me encanta viajar, surfear y trabajar temas de accesibilidad e inclusión. Soy usuaria de silla de ruedas desde el 2008. Con ella he aprendido a aventurarme, disfrutar el mundo y conectar con otras personas a través de la empatía, la gratitud, el coraje, la pasión, la fortaleza y la alegría.

3 comentarios sobre “Cuando al punto final de los finales, no le siguen dos puntos suspensivos…

  1. Naty leí tu historia. Me quedo un sin sabor. Creería que no debiste consultar a quien te puso cables a tierra. Soñar más Naty. Las realidades son nuestro día a día. Pero en fin la vivencia fue bella.

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