Mi primera «cuarentena»

Naty de pie en barras paralelas, confisioterapeura sentada frente a ella sosteniendole las rodillas

Era un ventoso Noviembre del 2008. Sentada por primera vez en una silla de ruedas veía desde una ventana del Hospital México como transcurría la vida normal en la calle… En mi mente, todo era solo un sueño del que iba a despertar pronto… Pero mis días de salir, trabajar y vivir en Guanacaste habían cambiado por días de doctores, enfermeras, medicamentos, rayos X e inmovilidad en mis piernas. Apenas empezaba mi primera “cuarentena”.

Siempre las tragedias son ajenas a nosotros hasta que nos llegan inesperadamente, un accidente, un pandemia que viene del otro lado del mundo… Nos negamos, resistimos a aceptarla, entenderla y creer que podemos vivir con ella. Gracias a la gran cantidad de medicamentos que tomaba estando hospitalizada, dormía mucho y cada vez que me despertaba, lo que más quería era volver a dormir. Tal vez la próxima vez que despierte ya todo va a haber pasado, pensaba. Y volvía a despertar y me encontraba con una enfermera, cuyo nombre no recuerdo, que insistía en sentarme en la silla de ruedas y ponerme a la par de la ventana. Yo no quería la silla ni la ventana, solo quería volver a la cama, dormir y despertarme de nuevo en mi casa, y alistarme para ir a trabajar. Insistían en que tenía que irme acostumbrando a la silla y yo solo quería que me dejaran en paz y que la pesadilla terminara.

Los días seguían pasando, yo sentada en la ventana del Hospital México, veía la gente afuera, haciendo su vida normal, y sentía mucho miedo de pensar en cómo iba a volver a mi “normalidad”. Salí del Hospital México y me internaron en el Albergue del INS. La ventana cambió por un paseo con mi mamá o alguna de mis hermanas por el jardín. Ya no dormía tanto porque me llenaron el día de terapias y citas con doctores y sicólogos. Y yo sólo seguía deseando que me dejaran en paz. Hacía todas las terapias lo mejor y más rápido que podía para salir de eso. Tenía que demostrarles que estaba bien para que me dejaran irme a casa para Navidad.

Salí del INS a mi casa con la promesa que luego de las vacaciones de Navidad, volvería todos los días a las terapias y citas programadas. Mi medio de transporte era la ambulancia, donde me llevaban acostada en una camilla porque mi espalda todavía no aguantaba el viaje sentada. Fui muy afortunada de que mi “encierro” en hospitales fuera solo un poco más de un mes. Ya no dormía tanto, veía mucho TV y tejía bufandas. Todos los días, después de la terapia, pasaba con mami a la capilla a rezar juntas un rato. Yo no sabía que iba a ser de mí, pero Él si, y confiaba en que tenía un buen plan.

Con mi prima Lau, acostada en la cama, ya en casa
Esta foto con mi prima Lau es casi que la única que tengo de esos días…

Ahora viajaba de mi casa al INS todos los días, y aunque no podía ver por la ventana de la ambulancia, si que me sentía más libre. En mi casa, no había horarios estrictos de visita, podían llegar amigos y familiares a la hora que fuera y quedarse todo lo que quisieran. También había superado la huelga de hambre que pasé en el INS porque no me gustaba la comida, y el contrabando de galletas se había terminado, ahora era libre de comer lo que quisiera, sin tener que esconderme debajo de las sábanas en horas de la madrugada.

Un día me sentí un poco más fuerte, recuperada y con ganas de salir en carro. Estaba harta de la ambulancia, de ir acostada como si estuviera enferma y de no poder ver por la ventana. Si, afuera todo el mundo seguía con su vida normal, y la mía era demasiado incierta, pero resolví vivir un día a la vez, sin pensar mucho en el futuro y los demás. Tenía a mi mamá, mi familia y mis amigos al pie del cañón conmigo, apoyándome en todo momento y en todo lo que se me ocurriera. Remodelé mi baño 3 veces hasta que encontré el diseño que me funcionaba 100%. Me cansé de la TV y las bufandas. Terminé mi tesis. Decidí buscar trabajo y me lo dieron en una constructora increíble a la que le guardo mucho cariño, Vivicon. Mi mamá o mi hermano Alonso me llevaban y recogían del trabajo todos los días, hasta que me aburrí de depender de ellos y quise volver a manejar. Compré carro. Me enojé con mi hermano porque me regañaba cuando estaba aprendiendo a usar el control de manos, “yo ya sé manejar, sólo déjeme entender como funciona esto!”, le decía.

Carro Hyundai Santa Fe blanco de frente y construcción detrás
Mi carro en la construcción

Y cuando me di cuenta, ya había recuperado mi libertad. Salía sola, trabajaba, tenía mi plata, familia, amigos… Me sentía feliz. Habían pasado 4 años desde ese ventoso y accidentado Noviembre del 2008. Todavía tenía días malos en que me sentía triste y frustrada, pero ya menos. Ya no me daba vergüenza que me vieran andando en una silla de ruedas y los comentarios tontos con respecto a la silla o mi parálisis me empezaron a dar risa en vez de enojarme. Empecé a abrirme a ideas locas y aventuras increíbles. Años después, volví a tirarme de canopy, aprendí a bucear y a surfear, actividad que se ha convertido en mi deporte favorito. He conocido gente maravillosa. Empecé a viajar sola y a tener experiencias que me llenan el alma de satisfacción.

Agarrando una ola
        Compitiendo en el IV Mundial de Surf Adaptado de la ISA, en La Jolla, California, USA                          Foto. Sean Evans, ISA

Si alguien, en ese momento que veía por la ventana del Hospital México, me hubiera dicho todo lo que iba a pasar luego, no se lo hubiera creído. Ante el dolor y la incertidumbre del momento es muy difícil ver la belleza. En este momento, en que uno (y todo el mundo) está encerrado, sintiéndose en medio de un desierto de dudas, no queda más que confiar en que Dios tiene un buen plan que uno desconoce, y que va a ir descubriendo día a día. ¿Qué nos queda? Lo principal, familia, amor y creatividad para reinventarnos y seguir adelante, sorprendiéndonos en el camino y agradeciendo por todas las bendiciones que vienen en las mas diversas formas.

Publicado por nataliavindas

Hola! Soy Naty. Me encanta viajar, surfear y trabajar temas de accesibilidad e inclusión. Soy usuaria de silla de ruedas desde el 2008. Con ella he aprendido a aventurarme, disfrutar el mundo y conectar con otras personas a través de la empatía, la gratitud, el coraje, la pasión, la fortaleza y la alegría.

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